DESVÍO - Aquí ha pasado de todo
Texto de Facundo Negri compartido el 5 de septiembre de 2025
El pasado, entendido en su eje temporal más clásico, parece inmutable, estático, celoso de cualquier intento de reformulación. Esa es la concepción casi lineal del devenir. Pero si desplazamos apenas esa lectura canónica, nos damos cuenta –no sin sorpresa– de que el pasado no está necesariamente “atrás”.Por el contrario, varias culturas previas al canon aristotélico lo ubican “delante”: como algo visible, accesible a nuestra percepción, porque ya ocurrió y dejó huella. Es decir, podemos ver y aprehender el pasado. Su representación perenne es la que nos permite discernir entre aquello que quisiéramos conservar, descartar o transformar de lo acontecido.
El futuro, en cambio, salvo en la mirada de los oráculos, se nos escapa: imposible de manifestarse, siempre a nuestras espaldas. Por ende, es en la modelación de los pasados, que puede habilitarse la imaginación –si hiciera falta- de algún porvenir posible.
Aquí conviven entonces dos aristas que abren preguntas. Y con ellas, algunas reflexiones:
¿Desde que lugar se convoca a un grupo de artistas dinámicos, con experiencias de vida particulares, con la intención de hacer coincidir en el espacio-tiempo diferentes visiones, no tanto del arte sino de la vida misma y todo el arco de conceptos que engloban la existencia en el sur global, en 2025? Más allá del encuentro, hay una previa suposición de que debe haber un resultado o una resultante. Ahora, la maleabilidad repetitiva, si se quiere, de una experiencia creativa en conjunto, queda en parte librada a la energía particular que cada uno de los integrantes acerca al espacio-encuentro.
Y cuando me refiero a energía, no es simplemente la presencia, sino la traducción de toda una red de recursos expresivos que está palpable, como decía anteriormente, en la existencia de cada uno de nosotros, de cómo uno se apropia de esos recursos expresivos, a veces de manera intuitiva, a veces de manera sensible, a veces racionalmente, y a veces, como en la gran mayoría de los casos tal vez, sin buscarlo, simplemente exponiéndose.
Entonces podríamos decir que la tarea es, en todo caso, traducirla al entorno. Por lo tanto el encuentro no es simplemente la permanencia, sino es la convención, la interacción o la quietud de los diferentes polos energéticos que representan cada uno de los integrantes de esta suerte de experimento de convivencia situacionista, cuyo canal de comunicación final resulta ser la traducción del proceso temporal de permanencia en el tiempo en una resultante que se podría catalogar-a priori- de artística.
Sin ánimo de atiborrar de interrogantes, me detengo en dos aspectos que considero destacables en el funcionamiento de la orquesta a lo largo de estos meses:
Pauta / goce ¿?
La pauta suele pensarse como origen del goce. Sin embargo, lo que ocurre en la práctica es lo contrario: el goce de transitar una situación escénico-musical, después de su estudio y aprehensión, puede convertirse en pauta.
Esto habilita la posibilidad de armar un glosario o catálogo de recursos expresivos surgidos en los encuentros del primer semestre, una forma de cuantizar –aunque de manera abierta– aquello que resultó más gozoso en el ensamble.
Definir el goce sería absurdo: no puede generalizarse lo que es, en esencia, una percepción singular.
Pero sí podemos afirmar que es necesario conocer al otro para compartir o rechazar su goce, y así transformarlo en disfrute o en padecimiento colectivo. Ese intercambio se convierte en referencia: a veces para construir, otras para desestimar una posible estructura musical, visual o performática.
Entonces, como cuando chicos, el juego está delimitado por las tensiones y relaciones de poder que se establecen naturalmente –o a veces forzadas– entre quienes comparten el espacio-tiempo. Si la dinámica resultante se traduce en disfrute y fluidez, podemos decir que, de manera inconsciente, el acto improvisatorio está produciendo un sistema de representaciones cargado de sentido. Y es allí donde ese evento extraordinario e irrepetible puede transformarse en pauta o recurso.
Saber del otro
Estos núcleos creativos suelen construirse a partir del descarte: de sensaciones que no fortalecen el vínculo con el otro. Porque, al fin y al cabo, lo que guía este proyecto es la intención de “saber del otro”. Y saber del otro no se limita a anticipar su acción –tocar, accionar, romper o armar–, sino a entrar en su código moral, espiritual,
intelectual; en su escala de valores; en la confianza o el espanto que despierta el vínculo por sí mismo, sin otra función que ser vínculo.
Por eso se han generado varias instancias de encuentro donde se priorizó la charla honesta, la reflexión sin censura y el balance personal en relación al grupo. No es caprichosa esta manera de obrar: esas conversaciones registran percepciones y expectativas sobre lo que significa pertenecer a Desvío.
Así se va armando una comunidad utópica: sabiendo del otro. El resultado artístico no es el fin, sino la consecuencia de ese proceso. Lo que se busca es resignificar el sentido común, tantas veces malinterpretado. Aquí, sentido común es lo que nos sensibiliza, lo que agrega valor, lo que deja de ser epidérmico para volverse denuncia, para transformarse en evento artístico nacido de nuestro devenir existencial.
No es pauta: es sentido común. Una construcción que se hace desde lo común, desde aquello que genera comunidad, que aglutina y fortalece.
YAPAS
Comentarios sobre las vivencias del encuentro abierto:
Manifestar todo esto, toda esa descripción sensorial que uno puede elaborar acerca de las dos instancias, resulta casi excesivo. Sin embargo, aunque pareciera estar de más, puede ser extraordinariamente virtuoso llevarlo a las palabras. Lo verdaderamente interesante de la experiencia radica en que haber generado un sentido de unidad entre veinticinco personas produjo un desplazamiento de las convenciones, y ese corrimiento abrió la posibilidad del tránsito. Y aquí “tránsito” es una palabra clave: lo que se montó en ambos sábados fue, ante todo, algo transitable, algo que habilitaba múltiples lecturas.
Esa transitabilidad no fue un mero efecto colateral, sino una consecuencia de lo que hoy ocurre a nivel comunicacional, informacional y global: múltiples miradas, múltiples posibilidades, múltiples elecciones. Uno podía decidir quedarse un rato aquí, desplazarse hacia otro lugar, involucrarse con una propuesta, incluso tocar, caminar, gritar, dejarse atravesar por la experiencia. Y eso, ya de por sí, resulta profundamente destacable: se generó una línea narrativa y dramatúrgica densa, que trascendía lo puramente sonoro.
A partir de esa apertura a múltiples lecturas también se activó la posibilidad de sentirse en múltiples tiempos y espacios, una suerte de disociación respecto de la realidad cotidiana, esa que se encuentra atravesada por una repetición constante. Una repetición que, en gran parte de la masa crítica trabajadora de este país, anula la sensibilidad, y que poco a poco también comienza a anularse en las nuevas generaciones, absorbidas por la corporación y por el reemplazo de la experiencia sensible a manos de las dependencias tecnológicas. Estas tienden a desactivar —o incluso a extinguir— zonas del córtex que durante miles de años se moldearon para preservar el sentido comunicacional, creativo, sensible y expresivo de lo humano.
No todo puede cuantificarse ni traducirse en datos. Hay una forma de percibir la realidad que no responde a métricas, sino a la pura vivencia. Y habilitar ese modo de percepción, dormido en muchos, constituye ya un acontecimiento político y cultural trascendental. Un acontecimiento que no busca resultados ni se dirige hacia consignas claras, pero que abre un espacio donde uno puede volver a imaginar y sentirse, al menos por un instante, diagramando la velocidad del tiempo, la cualidad del espacio y su propio sistema de representación sensible de la realidad.
Notas personales
Ensayar es habitar la incertidumbre
Hoy entré al ensayo sin tenerla menor idea de qué iba a pasar. Y está bien, creo que justamente de eso se
trata: de no tener certezas, de sostener la incomodidad. . Y esa es, quizás, la única garantía: la incertidumbre como suelo. No venimos a representar nada, mucho menos a cumplir expectativas. Estamos para sostener un vínculo, para escuchar hasta lo que incomoda, para arriesgar, aunque eso implique fracasar y volver a empezar.
La improvisación como vínculo, no como estilo
Improvisar acá no es un recurso artístico, es una forma de relación. No es “hacer obra” en el sentido clásico. Es más bien la forma que encontramos de relacionarnos. A veces se siente como diálogo, otras como interrupción violenta; en ocasiones aparece un gesto reconocible, y otras veces solo ruido, caos o vacío. Pero todo eso
convive, y en la convivencia se vuelve lenguaje. Un lenguaje que no busca consenso, sino fricción fértil.
El goce primero, la pauta después
Pienso que el goce es el verdadero disparador. En el instante en que algo nos conmueve, queda una huella
que después podemos reconocer como pauta, como recurso. No al revés. . Y ese goce no es individual, es contagioso: puede unirnos, o también chocarnos. Pero
siempre nos obliga a mirar al otro, a aprender algo de su manera de estar en el mundo.
Saber del otro más allá del instrumento: sus valores, sus miedos, su forma de confiar
Me sorprende cómo “saber del otro” se volvió eje de todo esto. No se trata de anticipar qué va a hacer con el instrumento creativo, sino de entrar en su manera de estar en el mundo. Sus valores, sus miedos, sus corajes. El vínculo mismo como materia de creación. Por eso las charlas, las discusiones, los balances personales importan tanto como el sonido, la visual, el movimiento y la dramaturgia. Cada conversación muestra expectativas distintas, y en esa diferencia se construye comunidad. No una comunidad armoniosa, sino una que se permite la disonancia como motor.
Los encuentros repueblan el espacio, abren otras maneras de habitarlo
Cada vez que ocupamos el espacio, lo transformamos. No repetimos para mejorar, repetimos para repoblar, para darle otro aire al mismo lugar. Cada ensayo es un gesto contra la idea de perfección. La búsqueda no es estética ni técnica, es existencial. Lo que importa no es sonar “bien”, sino generar un clima donde lo común se sienta real.
El arte aparece de rebote
Lo artístico aparece como consecuencia, nunca como objetivo. Lo que nos mueve es crear un ecosistema donde la confianza sea más fuerte que la certeza, donde el hecho artístico sea un tránsito y no una propiedad, donde lo común no se reduzca a norma, sino que se expanda como sentido compartido.
Lo único estable: el riesgo
En este proyecto lo único estable es el riesgo. Pero es justo en esa inestabilidad donde se abre la posibilidad de otra forma de estar juntos. Y tal vez ahí resida lo más valioso: no en el resultado, sino en la práctica obstinada de insistir. Lo artístico, si aparece, es un efecto secundario. Lo que vale es el intento, el riesgo, la insistencia en estar juntos, aunque no sepamos bien cómo. Tal vez ahí esté el corazón de todo esto.