Milonga
Presentación
El tango fue incierto. Marginal. Nació en la periferia de una ciudad que aún no se sabía a sí misma, entre el ruido del puerto, el tufo del barro y el pulso de los cuerpos que sobrevivían a la intemperie. Fue lugar de reunión y de mezcla, juego de azar, tambor y verbo. “Tocar”: eso dijeron los dioses africanos y los latinos, sin saber que pronunciaban el mismo gesto. En las lenguas del Congo, tango era espacio cerrado, terreno reservado, lugar donde la comunidad se encontraba para bailar al ritmo del tambor. En el latín, tangere significaba tocar: tocar el instrumento, tocar el cuerpo, tocar el alma. En ese doble origen —colectivo y sensorial— se cifra el nacimiento del tango como acto de contacto, como una manera de conjurar la distancia.
Que los negros se junten, que el mestizaje comience. Allí, entre criollos despojados de su centro, inmigrantes sin idioma y gitanos errantes, el Río de la Plata se volvió un laboratorio de identidad. Fiesta clandestina que luego sería red de socorros mutuos, el tango encarnó la necesidad de existir en comunidad cuando todo era pérdida. Los olores del quilombo, el sexo de intercambio entre rito y moneda, la peste en el fondo del vaso desembocando en el río: todos sudaron lo mismo. Inventaron, sin saberlo, una nueva respiración que persiste en el eco de los cuerpos que se buscan para no caerse. Una forma de decir desde el roce, desde la herida compartida.
Ambas dimensiones —la social y la sensorial— se funden en un mismo acto originario: el contacto. El tango, entonces, no es solo música o danza, sino un modo de habitar la memoria. Una pulsión que atraviesa el tiempo y reescribe la modernidad desde sus fisuras. Entre 1880 y 1945, mientras el país buscaba su rostro moderno, el tango se transformó en espejo de esa búsqueda: pasó del prostíbulo a la academia, del arrabal al teatro, del margen a la consagración. Pero aun en su ascenso, mantuvo intacta la hendidura de donde había nacido.
Hoy, como si la ciudad volviera a respirar desde sus grietas, abrimos las puertas de TaPeTe para ofrecer esta milonga expandida, un territorio donde las fronteras entre pasado y presente se disuelven. Desde un lenguaje actual, un ensamble de cámara dialoga con la materia viva del tango: lo fragmenta, lo distorsiona, lo reinterpreta, lo deja resonar en su silencio. Cada sonido es una arqueología del gesto. Cada pausa, una memoria que se rehace.
Y cuando la orquesta típica irrumpa, no será una cita al pasado sino una invocación. Un regreso al verbo primero: tocar. Tocar el sonido, tocar el recuerdo, tocar al otro. En esa fricción mínima entre los cuerpos y el aire, el tango se vuelve nuevamente lo que siempre fue: una tecnología de encuentro, una coreografía del deseo, una forma de vida.
Milonga expandida es, en definitiva, un ejercicio de restitución. Un intento por devolver al tango su potencia originaria: la de ser un acto colectivo, sensorial y mestizo. Una respiración compartida que atraviesa los siglos y sigue latiendo, obstinadamente, en el cuerpo de la ciudad. Ayer, hoy y mañana, el tango nos espera.
Programa
Ensamble
Jimena Martin, voces
Malena Levin, piano
Vito Gauna, bandoneón
Ariadna Bruschini, violín
Trío
Luis Conde, clarinete bajo
Juan Marco Litrica, guitarra
Facundo Negri, batería
Orquesta Típica
Sans Souci